(El viaje empieza en el Vol. 1)

Polonia en más concreto

1-CRACOVIA

Tras coger un tren y un autobús, nos metimos en el avión que nos llevaría a Katowice, un aeropuerto “menor” de Polonia. Dado que era la hora de la siesta (llegábamos a Katowice a las 16:30) nos quedamos fritos cuando estábamos por encima de las nubes, y por culpa de esa siestecilla vivimos uno de los momentos más traumáticos de nuestras vidas: al despertarnos en pleno aterrizaje y mirar por la ventanilla… era de noche. No es que estuviese oscuro, no había ningún eclipse y nadie había apagado la luz, simplemente era ya totalmente de noche a las 16:30 de la tarde. Pasado ese momento de confusión tipo “me he dormido, hemos llegado, nadie me ha despertado y me han traído de vuelta” nos dimos cuenta de que, aparte de ser de noche, había nieve por todas partes.

Plano general de Cracovia.
Plano general de Cracovia.

Así que después de que otro autobús nos llevase entre la nieve hasta Cracovia, no tardamos en encontrar nuestro hostal y plantearnos qué cuernos hacer si está todo oscuro y cerrado. Bueno, eso y por qué narices está prohibido en el tranvía de Polonia comer helados o tocar la trompeta. Nos decidimos, como no podía ser de otra forma, por ir a cenar no sin antes lanzarnos unos cuantos miles de bolas de nieve, que para eso la ponen. Al fin y al cabo ya teníamos un buen plan para el día siguiente.

Además, nuestro hostal estaba muy bien y lo llevaba gente muy maja, hasta el punto de arriesgar la vida por ti: una noche llegamos tres, empezamos a subir las escaleras y oímos un perro de mala gaita, al que tuve hocico-hocico al darme la vuelta al girar en uno de los rellanos (él estaba en lo alto de ese tramo de escaleras). Tras un par de segundos de mirarnos, un ligero pero perfectamente audible gruñido y un “joder está aquí, vamos para abajo” que acabó convirtiéndose en una carrera, llegamos al recepcionista y mantuvimos esta conversación:
-Tenemos un problema.
-¿Qué pasa?
-Hay un perro enorme en la escalera.
-¿Qué tipo de perro?
-Pastor alemán.
-Pues no es el mío, pero vamos.

Después de eso, yendo ya escaleras arriba en comandita de acojonaos, el recepcionista se dio la vuelta y dijo “tampoco sé que leches voy a hacer yo”, pero siguió adelante con un valor del que estaría orgullosa toda Polonia. Llegamos al rellano en el que estaba el perro, y delante de la puerta tras la cual el dueño había vuelto a meter a la bestia encontramos… el bozal. Por si no lo sabéis, los perros no suelen quitarse solos el bozal cuando salen de casa, y en cualquier caso cuando entran lo recogen, así que nos tememos que el dueño del perro… bueno, que nos había lanzado al perro por algún motivo que desconocemos pero que, dado que quien tiene el perro más grande gana, tampoco queremos saber.

Tuvimos que dejar las trompetas en las maletas.
Tuvimos que dejar las trompetas en las maletas.

Cracovia, como ya he dicho, quedó poco destruida en la Segunda Guerra Mundial, así que puedes pasear tranquilamente por la parte antigua que está bonita. Eso sí, tengo que reconocer que verlo con tanta nieve hace que todo parezca muy bonito. Destaca la colina Wawel donde se encuentra el Castillo Real, más que nada porque también está la catedral y sobre todo porque hay unas vistas buenísimas sobre el río Vistula (no papá, no me lo sé, lo he mirado en la Wikipedia). El castillo por dentro no pude verlo porque, ya es mala suerte, los lunes cierran esos monumentos. Si al llegar a la ciudad buscas una información de turismo te ahorrarás chascos como este.

La colina y desde la colina Wawel. La primera me quedó de postal, eh…
La colina y desde la colina Wawel. La primera me quedó de postal, eh…

Pero, como siempre, lo que mola es patearse la ciudad uno mismo y ver las calles, los parques y la gente. En el caso de Cracovia en invierno hay que tener cuidado porque la nieve y el hielo acumulados en los tejados se pueden caer en cualquier momento y no sólo cuando los están limpiando, y nadie quiere morir aplastado por la nieve o atravesado por una estalactita de hielo. Recuerda que a cambio del riesgo hay un montón de nieve con la que jugar mientras los recios polacos, acostumbrados al clima, te miran con indiferencia detrás de sus abrigos de 10 centímetros de grosor y desde debajo de sus gorros calentitos y un punto ridículos.

La noche en Cracovia es MUY animada. La entrada a los bares suele ser gratuita, las cervezas dentro están tiradas de precio (insisto, medio litro por dos euros) y las copas no lo sé porque uno con semejantes toneles de cerveza tiene bastante. Pero al ser una ciudad universitaria todos los bares están llenos de muchísima gente muy animada y sin ningún problema en relacionarse con los visitantes (no como en Holanda…), y en el caso de los chicos polacos sin ningún problema en practicar el más absoluto acoso-e-intento-de-derribo con las chicas… con NUESTRAS chicas, a las que por suerte no hace falta proteger mucho. Lo que si hace falta es que si vas con un mexicano que se supone sabe volver al hostal no te fíes un pelo de él por bien que te caiga y empieces a preguntar antes de pasarte una hora dando vueltas de madrugada por Cracovia. Suerte que hay cracovitas paseando a sus perros a esas horas.

De todas formas una de las grandes ventajas de Cracovia sobre Varsovia es la cercanía a dos visitas turísticas marcadas con subrayador verde en todas las guías sobre Polonia. Así que vamos con ello.

1.1- AUSCHWITZ

No sin retraso o sin abandonar gente por el camino que acabó llegando por sus medios, llegamos a Auschwitz en dos microbuses que habíamos alquilado por siete zlotys (muy poco, vamos) cada viajero. Creo que todo el mundo tiene claro lo que representan los campos de concentración de Auschwitz y la lección de historia que supone visitarlos (mejor con guía, que tampoco sale nada caro). Y supongo que todo el mundo entenderá que en esta parte del artículo haya pocos chistes e ironías.

Auschwitz, un sitio que realmente acojona.
Auschwitz, un sitio que realmente acojona.

Tras haberlos visto miles de veces en las películas y en los documentales, uno piensa que tiene una idea bastante clara de los campos de concentración y del sufrimiento que suponía acabar allí. Pero la sensación que se tiene cuando estás dentro de los edificios, cuando ves los enseres personales con que llegaban los prisioneros o cuando entras en los crematorios es algo muy difícil de describir. Saber que en el muro que tienes justo delante fusilaron a miles de personas, que en el espacio agobiante en el que estás tú diez minutos hubo prisioneros durante semanas enteras o que las máquinas que estás viendo sirvieron para deshacerse de millones de cadáveres es algo que durante un rato te quita las ganas de sonreír.

Además, han convertido parte de los edificios en museo, con lo que tienes mapas, fotos y, sobre todo, un montón de objetos como maletas, gafas, zapatos… todas las cosas que la gente se llevaba sin saber que no volvería a verlas. De lo más impresionante es ver toneladas de pelo, que los nazis cortaban de los prisioneros y usaban para fabricar colchones o camisas. Eso te hace ver la dimensión real de la burocratización y mecanización de la muerte a la que llegaron en los campos de concentración.

Insisto, acojona mucho.
Insisto, acojona mucho.

Pero si hubo algo que realmente me impresionó fue el frío. Si a mediados de noviembre 20 jóvenes perfectamente sanos y perfectamente alimentados, que han pasado la noche en una cama al lado de la calefacción, pasan frío pese a llevar dos pares de calcetines, botas de montaña, dos camisetas, forro polar, abrigo de esquí, guantes, gorro y bufanda; da mucho miedo pensar en que los prisioneros sólo llevaban una especie de pijama y unos zuecos de madera (esto, según nos explicaron, era para dificultar la huída. Hasta ese punto llegaba la claridad de ideas en este tema de los nazis). Creo que el visitar los campos con este clima es la mejor forma de intentar entender todo aquello.

1.2- La mina de sal de WIELICZKA

Otra visita a tiro de piedra desde Cracovia es la mina de sal de Wieliczka. De hecho, se va en autobús de línea por sólo cuatro zlotys ida y vuelta cada viajero. Al principio pensábamos que la visita era un poco tontuela, y que la habíamos pensado por no estar demasiado tiempo sin hacer nada en Cracovia y porque al fin y al cabo es algo famosillo de lo que luego te pregunta tu madre.

Y la verdad es que resulta que el viaje merece mucho la pena. Las susodichas minas de sal, en las que te meten del todo (es decir, que bajas y caminas por los túneles con la sal por las paredes y demás) son grandes de narices y tienen cosas realmente sorprendentes. Por ejemplo, es el único sitio donde “no toquéis las estatuas” va seguido de “porque son de sal y se deshacen con la humedad de las manos”.

Haciéndome colega del que manda, claro.
Haciéndome colega del que manda, claro.

Pero sobre todo mola porque, aparte de dedicarse a sacar sal con maquinarias cada vez más ingeniosas, los mineros polacos no tenían del todo claro que lo de las Minas de Moria y todo lo de Balín es un cuento de Tolkien (eso sí, MUY bien contado). El caso es que de repente te encuentras con que hacen los marcos de puerta que sólo les falta abrirse cuando dices “mellon”, o salas enormes esculpidas directamente en la sal de las paredes que resulta que se curraron entre sólo tres hermanos. Que las discusiones debieron ser geniales: pero mamón, ¿llevo cincuenta años con esa pared y ahora haces tú la segunda y la haces totalmente distinta?

¿Es un curro o no es un curro?
¿Es un curro o no es un curro?

En cualquier caso, la visita merece la pena incluso si no eres tan friki. Impresiona ver lo que es capaz de hacer la gente cuando le das el cubo y la pala de la playa y le dices que se gane la vida en una montaña de sal. De hecho, hay un par de salas tan curradas y por tanto bonitas que se usan para fiestas, banquetes y bodas (la más currada es una capilla). Además, aunque la bajada la haces andandito para sacarte a la superficie te meten en uno de esos ascensores de mina que son enanísimos y cutrísimos pero van a toda leche dentro de un agujero directamente excavado en la montaña, y eso mola (salvo, claro está, que seas claustrofóbico, pero si vas con guía llevan un bolsito con bombona de oxígeno y todo que dan ganas de que te de un ataque para usarlo).

Al igual que en Auschwitz recomiendo hacer la visita con guía, que no es caro y te enteras de muchas más cosas siempre que yendo a tu bola. Y no seáis vagos, que aunque haya que estar otros 40 minutillos andando merece la pena ver el museo, que no sabes si algún día volverás a tener la oportunidad.

Viaja de vuelta en el Vol.3


Comentarios

6 respuestas a «Una vez pasé frío en Polonia (vol.2)»

  1. Soy polaca y me encantó lo que has escrito (y como lo has hecho)
    saludos desde Varsovia,
    una profe de espanol

    1. Muchas gracias Ela, tengo muy buenos recuerdos de aquel viaje 🙂

  2. Avatar de Pah-put-xee

    Si me permites una puntualización: en mi opinión lo de Auschwitz lo hicieron los «nazis» y no los alemanes; quizá merecería la pena cambiar el término en el antepenúltimo renglon de tu relato. sobre el lugar.

    Por otra parte me alegra comprobar que a los calcetines también se les erizan los hilos ante las atrocidades; ¿será porque ten el fondo ienen algo mas que descosidos?

    Carpe diem.

  3. Puto erudito… que bien hablas…
    Lo de Auschwitz es acojonante, no me quiero ni imaginar lo que se paso alli, y estoy seguro que aun se siguen sintiendo cosas raras con el simple hecho de estar alli…
    Por lo demas, una pimta coonuda todo…. eso si vi el otro dia en la tele un abrigo con calefaccion incorporada que si voy algun dia por esos lares no dudare en llevar conmigo…
    Salud.
    Taaaaaaaaaaaaaaaaaaannnnnnnnto……..

  4. @ montse: esta noche subiré la tercera parte de Polonia. En realidad debería haberlo hecho hace un mes, pero no tenía las fotos que necesitaba, jijiji. Y ojo que también hay sitios que no me gustan (ya hablaré de Lieja….) y esto nunca tuvo intención de ser un blog de viajes, pero me parece interesante contar cosas de cada sitio 😛

  5. Impresionante de bonito polonia.

    Con tus comentarios dan ganas de ir a todos estos sitios.

    Que mal lo de Aushwitz, buf, sin palabras.

    Sigo leyendote 🙂

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